viernes, 5 de febrero de 2010

Por qué ayudar a Marcelo

Mi deseo de ayudarlo se acompaña por las imágenes que tengo suyas. Recuerdo a Marcelo tocando guitarra sin parar en las calles y reuniones por muchos años; hablando con gente en campañas, enseñando a otros, como misionero entregado a tiempo completo, sin plata en el bolsillo, sin sueldo predicando por Chile como auténtico revolucionario…en fin. Muchas acciones que incondicionalmente todos nosotros también hicimos, que al recordarlas aceleran el corazón, y que para contarlas haría falta mucho tiempo. Marcelo, como cientos más que conocimos, fue un fundador y gestor genuino de este movimiento. Y si bien me refiero a esos eventos vividos en el pasado, años atrás, no excluyo pensar en el presente. Como dije antes, después de ese periodo la vida nos ha llevado por caminos diversos. Quisiera, entonces, confirmar si aparte de las opciones o rumbos tomados por cada uno, hay algo más que hubiere quedado de todo eso que vivimos juntos. Por eso, sin querer dar carácter de imposición a lo que digo, comparto con respeto y sentimiento genuino mis reflexiones, agradeciendo la paciencia de quienes las lean.




Pienso que el compromiso con la causa de Jesucristo estuvo también marcado por el periodo que nos tocó vivir, en un régimen político que alimentaba en la gente el deseo de libertad y expresión, y donde nuestra juventud inyectó de mayor fuerza nuestras palabras y desapego a lo material, incluso de nuestras familias. Así entonces, la revolución que abrazamos hizo de nosotros hombres y mujeres decididos a cambiar el mundo, a hacer visible ese espacio de armonía que es el Reino de Dios, visión que actuó como elemento aglutinante y que nos reunía férreamente en un mismo propósito. Pero junto con aquello debe reconocerse también el factor que impone el valor de las personas y lo que puede construir experiencias vividas mano a mano: la vida en comunidad compartiendo la misma comida, (a veces puro pan y otras… ni pan) el mismo techo, carpas u ocasiones sólo cubiertos por el cielo y una frazada; la similitud de experiencias, la identificación de unos con otros, el ser prácticamente uno en todo. Eso y mucho más, cosas que crean lazos que se debe reconocer y respetar. Además, podemos decir con propiedad que aprendimos de personas que generosamente nos dejaron huellas de sencillez, generosidad, honestidad y entrega, o que por el solo hecho de llamarnos ‘hermanos’ abrieron sus casas para nosotros. Todos estos factores son fundamentos de un vínculo que va más allá de una amistad común y corriente.



Sin embargo, cuando veo imágenes de ese tiempo, no puedo dejar de preguntarme cómo llegamos a distanciarnos tanto de esta realidad (y para mí no es una respuesta válida que da mi razón, el solo decirme que antes éramos jóvenes y ahora no, que antes no teníamos responsabilidades y ahora sí - me resisto a esa respuesta, porque es una respuesta del mundo, que se opone como ha sido siempre al Reino de Dios) y miro a mi alrededor y me veo con mis hermanos revolucionarios dispersos, lejanos de esta visión. Y viene la pregunta como un latigazo ¿Cómo nos distanciamos tanto los unos de los otros? ¿Cómo nos dejamos robar este tesoro? La respuesta tal vez ha estado siempre ahí; tal vez pasa por algo que tenemos pendiente con nosotros mismos y que tiene que ver con una profunda introspección, libre, abierta, sincera, sin falsas inocencias (porque ni uno solo de nosotros lo es totalmente, ni el mayor ni el menor). Espero que nos demos la respuesta que nos debemos; una respuesta honesta, que confronte el valor que dimos a las obras que hacíamos con el que dimos a las personas, que nos ayude a ver cómo después de tener tanta luz pasamos a ser ciegas estatuas de un recuerdo.



Sé que muchos de ustedes mantienen amistades y una actividad cristiana vigente, pero acá hablo de los lazos entre revolucionarios. Quizás nos ayude algo el descubrir cuándo dejamos de sentir por el que estaba a nuestro lado, el calor del camarada, su respiración, su esfuerzo, su sufrimiento que era igual que el mío. Más triste aún, quizás nos ayude el recordar cuándo empezamos a ver cómo quedaban en el camino botados los que fueron mis hermanos y no hicimos nada; sólo dábamos vuelta la cara por vergüenza y no hicimos nada; y si trataste de hacer algo por el caído, al volver, nuestros propios hermanos nos alejaron, desconociéndonos. Por todo esto y muchas más cosas que ustedes saben tan bien o mejor que yo, fuimos dejando que los revolucionarios pasaran a nuestro olvido, a nuestra distancia, a nuestro egoísmo. Por estas ideas que quiero trasmitir con humildad y sin ningún animosidad de nada es que debemos apoyar a Marcelo. Él es nuestra oportunidad, porque los actos de unidad abren el futuro, haciendo retroceder el sufrimiento en uno mismo y en los demás. No pido que volvamos a desenterrar lo que está muerto sino que estas imágenes vivas de un pasado que se anhela y que encienden nuestros corazones hoy, mañana y siempre, nos unan para transmitir esperanza y paz, haciendo de los años que nos quedan de vida nos hagan más sabios, más reconocedores de lo que somos cuando nos unimos por una causa viva, como es un hermano. Seamos valientes, seamos como niños porque de ellos es el Reino de Dios. Y volveremos a ver su faz.


Hoy vivimos una época diferente, donde la tecnología da un panorama distinto y algunas ventajas notorias; de hecho, creo que escribir por este medio ha dado más alcance e inmediatez a estas cartas que los volantes o panfletos que me eran tan familiares en los 80’s. Sin embargo, creo que esta comunicación virtual puede fácilmente tapar el sentido y contacto humano, ese en el que al mirarnos a los ojos nos da una energía real. Escribir en una pantalla es más rápido, pero es menos comprometido, menos humano, menos concreto. Pero como lo que nos convoca es una persona real, no virtual, veremos con fuerza el vínculo real, el sentimiento que moviliza a lo concreto, el significado de la necesidad de un hermano y su familia. Nuestro pasado está en la memoria y quizás a muchos los golpea el deseo de vivir lo mismo de nuevo o transmitir a sus hijos el sentimiento revolucionario. Mas con el recuerdo, los anhelos, y por sobre la tecnología, permanecen el valor de las personas, el amor, la misericordia, la generosidad, la humildad; en síntesis, valores que son la base de lo que enseñó Jesucristo sobre nuestra relación con el prójimo. Espero que podamos hacer carne y hueso esos valores en nosotros de nuevo.

¿Por qué ayudo a Marcelo? porque es un hombre, un hermano real y su familia está en sufrimiento.


César Mallat



Nota: A Marcelo le hacen muy bien las visitas. También necesita apoyo económico.



Por qué ayudar a Marcelo

Mi deseo de ayudarlo se acompaña por las imágenes que tengo suyas. Recuerdo a Marcelo tocando guitarra sin parar en las calles y reuniones por muchos años; hablando con gente en campañas, enseñando a otros, como misionero entregado a tiempo completo, sin plata en el bolsillo, sin sueldo predicando por Chile como auténtico revolucionario…en fin. Muchas acciones que incondicionalmente todos nosotros también hicimos, que al recordarlas aceleran el corazón, y que para contarlas haría falta mucho tiempo. Marcelo, como cientos más que conocimos, fue un fundador y gestor genuino de este movimiento. Y si bien me refiero a esos eventos vividos en el pasado, años atrás, no excluyo pensar en el presente. Como dije antes, después de ese periodo la vida nos ha llevado por caminos diversos. Quisiera, entonces, confirmar si aparte de las opciones o rumbos tomados por cada uno, hay algo más que hubiere quedado de todo eso que vivimos juntos. Por eso, sin querer dar carácter de imposición a lo que digo, comparto con respeto y sentimiento genuino mis reflexiones, agradeciendo la paciencia de quienes las lean.

Pienso que el compromiso con la causa de Jesucristo estuvo también marcado por el periodo que nos tocó vivir, en un régimen político que alimentaba en la gente el deseo de libertad y expresión, y donde nuestra juventud inyectó de mayor fuerza nuestras palabras y desapego a lo material, incluso de nuestras familias. Así entonces, la revolución que abrazamos hizo de nosotros hombres y mujeres decididos a cambiar el mundo, a hacer visible ese espacio de armonía que es el Reino de Dios, visión que actuó como elemento aglutinante y que nos reunía férreamente en un mismo propósito. Pero junto con aquello debe reconocerse también el factor que impone el valor de las personas y lo que puede construir experiencias vividas mano a mano: la vida en comunidad compartiendo la misma comida, (a veces puro pan y otras… ni pan) el mismo techo, carpas u ocasiones sólo cubiertos por el cielo y una frazada; la similitud de experiencias, la identificación de unos con otros, el ser prácticamente uno en todo. Eso y mucho más, cosas que crean lazos que se debe reconocer y respetar. Además, podemos decir con propiedad que aprendimos de personas que generosamente nos dejaron huellas de sencillez, generosidad, honestidad y entrega, o que por el solo hecho de llamarnos ‘hermanos’ abrieron sus casas para nosotros. Todos estos factores son fundamentos de un vínculo que va más allá de una amistad común y corriente.

Sin embargo, cuando veo imágenes de ese tiempo, no puedo dejar de preguntarme cómo llegamos a distanciarnos tanto de esta realidad (y para mí no es una respuesta válida que da mi razón, el solo decirme que antes éramos jóvenes y ahora no, que antes no teníamos responsabilidades y ahora sí - me resisto a esa respuesta, porque es una respuesta del mundo, que se opone como ha sido siempre al Reino de Dios) y miro a mi alrededor y me veo con mis hermanos revolucionarios dispersos, lejanos de esta visión. Y viene la pregunta como un latigazo ¿Cómo nos distanciamos tanto los unos de los otros? ¿Cómo nos dejamos robar este tesoro? La respuesta tal vez ha estado siempre ahí; tal vez pasa por algo que tenemos pendiente con nosotros mismos y que tiene que ver con una profunda introspección, libre, abierta, sincera, sin falsas inocencias (porque ni uno solo de nosotros lo es totalmente, ni el mayor ni el menor). Espero que nos demos la respuesta que nos debemos; una respuesta honesta, que confronte el valor que dimos a las obras con el que dimos a las personas, que nos ayude a ver cómo después de tener tanta luz pasamos a ser ciegas estatuas de un recuerdo.

Sé que muchos de ustedes mantienen amistades y una actividad cristiana vigente, pero acá hablo de los lazos entre revolucionarios. Quizás nos ayude algo el descubrir cuándo dejamos de sentir por el que estaba a nuestro lado, el calor del camarada, su respiración, su esfuerzo, su sufrimiento que era igual que el mío. Más triste aún, quizás nos ayude el recordar cuándo empezamos a ver cómo quedaban en el camino botados los que fueron mis hermanos y no hicimos nada; solo dábamos vuelta la cara por vergüenza y no hicimos nada; y si trataste de hacer algo por el caído, al volver, nuestros propios hermanos nos alejaron, desconociéndonos. Por todo esto y muchas más cosas que ustedes saben mejor o tan bien como yo, fuimos dejando que los revolucionarios pasaran a nuestro olvido, a nuestra distancia, a nuestro egoísmo. Por estas ideas que quiero trasmitir con humildad y sin ningún animosidad de nada es que debemos apoyar a Marcelo. Él es nuestra oportunidad, porque los actos de unidad abren el futuro, haciendo retroceder el sufrimiento en uno mismo y en los demás. No pido que volvamos a desenterrar lo que está muerto sino que estas imágenes vivas de un pasado que se anhela y que encienden nuestros corazones hoy, mañana y siempre, nos unan para transmitir esperanza y paz, haciendo de los años que nos quedan de vida nos hagan más sabios, más reconocedores de lo que somos cuando nos unimos por una causa viva, como es un hermano. Seamos valientes, seamos como niños porque de ellos es el Reino de Dios. Y volveremos a ver su faz.

Hoy vivimos una época diferente, donde la tecnología da un panorama distinto y algunas ventajas notorias; de hecho, creo que escribir por este medio ha dado más alcance e inmediatez a estas cartas que los volantes o panfletos que me eran tan familiares en los 80’s. Sin embargo, creo que esta comunicación virtual puede fácilmente tapar el sentido y contacto humano, ese en el que al mirarnos a los ojos nos da una energía real. Escribir en una pantalla es más rápido, pero es menos comprometido, menos humano, menos concreto. Pero como lo que nos convoca es una persona real, no virtual, veremos con fuerza el vínculo real, el sentimiento que moviliza a lo concreto, el significado de la necesidad de un hermano y su familia. Nuestro pasado está en la memoria y quizás a muchos los golpea el deseo de vivir lo mismo de nuevo o transmitir a sus hijos el sentimiento revolucionario. Mas con el recuerdo, los anhelos, y por sobre la tecnología, permanecen el valor de las personas, el amor, la misericordia, la generosidad, la humildad; en síntesis, valores que son la base de lo que enseñó Jesucristo sobre nuestra relación con el prójimo. Espero que podamos hacer carne y hueso esos valores en nosotros de nuevo.

¿Por qué ayudo a Marcelo? porque es un hombre, un hermano real y su familia está en sufrimiento.

César Mallat

Nota: A Marcelo le hacen muy bien las visitas. También necesita apoyo económico.